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sábado, 20 de marzo de 2010

La libertad que esclaviza


Teo era un niño que creció sin saber ni preguntarse qué era la libertad.
Por supuesto, los adultos que lo rodeaban lo sabían, al igual que conocían cuáles eran y serían sus miedos principales a lo largo de toda su vida.

Un día, alguien muy cercano a él, le sacó de su mundo por unos días, del mundo de todos en realidad. 
Salieron para perderse entre los campos, llenos de ávidos colores por las flores en pleno esplendor primaveral, de frescos olores por los cultivos que rocían a primera hora de la mañana. Poco a poco los canticos de los pájaros que hacían su vida en el aire, se volvió más complaciente, al ser los insistentes infantes ya alimentados por sus dedicados padres…

Y… "¿Qué más?, ¿Dónde ha ido todo?". Teo sintió como si le acababan de quitar un caramelo, uno del que ni siquiera todavía conocía todo su sabor. Ya en su mundo habitual, tuvo que aceptar que sólo había sido un sueño, algo que no podría ser real.
Se esforzó en recordar: "El tacto sentía el viento, el viento acariciaba el cuerpo desde la espalda, haciéndolo valiente en cada paso hasta un final inexistente". Este recuerdo sólo fue eficaz durante un suspiro. Y para siempre tuvo que vivir con el remordimiento de no poder gozar de esa maravilla vista más allá de todo lo que él conocía, la
libertad.

Por saber de su existencia; Teo moría lentamente, sufriendo incesablemente y destruyendo con su desconsuelo a todos los seres queridos que le rodeaban.
Sólo al final, cuando todos hubieron derramado la última gota de su llanto; Teodoro perdió la vida, junto a todos sus males y devolvió a sus conocidos la libertad de escoger otra dirección para sus vidas, libres de las cadenas que su tormento imponía sobre ellos.


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